El país vive un verano infernal, en el que reina la alarma por falta de agua en 12 regiones del centro y el sur del país; daños millonarios para la agricultura y repercusiones en el turismo.
En el norte, lluvias torrenciales, "bombas de agua", granizo del tamaño de una pelota de tenis, lagos que se desbordan; en el centro y el sur, temperaturas extremas, sensaciones térmicas imposibles, rayanas los 40 grados, sequías, incendios.
Italia vive otro verano marcado literalmente a fuego por los cada vez más evidentes efectos del cambio climático, que dividió en dos al país y está provocando no sólo consecuencias dramáticas para la agricultura, la ganadería, el turismo y los comunes mortales, sino también, polémicas políticas.
"Tenemos miedo por los ancianos y los niños", alertó Silvia Romana, alcaldesa de Tuglie, pueblo del Salento, en la región de Puglia, donde debido al calor son continuos los cortes de agua y electricidad. No es la única preocupada: en Reggio Calabria ya hay racionamiento de agua, y en la ciudad de Palermo, Sicilia -donde, por otro lado, se volvió a despertar el volcán Etna-, se están analizando medidas similares, vigentes ya en otras localidades de la isla. Los embalses se encuentran en sus mínimos históricos y los tanques de agua suplementarios no dan abasto.
El cambio climático y la falta de agua tienen consecuencias gravísimas para la agricultura. La sequía afecta a 12 regiones del centro-sur (Basilicata, Calabria, Sicilia, Apulia, Campania, Lazio, Marche, Umbria, Toscana, Molise, Sardegna y Abruzzo) y ya le costó al campo más de 4000 millones de euros y la pérdida de 33.000 puestos de trabajo, según estimó Coldiretti, la principal organización de empresarios agrícolas del país.
Con temperaturas máximas superiores a los 35 grados, el calor es agobiante en las grandes ciudades. En Roma el cemento comienza a derretirse, el termómetro incluso a la mañana y a la noche sigue marcando temperaturas altas, la humedad mata, el aire acondicionado es esencial.
Y mientras la capital ya se ha vaciado de romanos que se han escapado al mar, se ven turistas que deambulan, agotados, vestidos como si estuvieran en la playa, protegiéndose del sol con sombrillas y de la canícula, con abanicos, gorros y ventiladores portátiles.
La ola de calor de este verano determinó un aumento de la temperatura del mar evidente, con el Adriático que parece casi agua hervida, al menos 2,6 grados más caliente que lo habitual y una temperatura de más de 30 grados.
Fuente: La Nación